Las dos de la tarde detonan por el claro-caluroso que se postra y se interna en la ventana. Las cortinas abiertas dejan pasar la luz, pero el aire se ha quedado fuera. Un fuerte sonido como el correr de una silla se hace presente, me despabilo pensando que alguien ha entrado , pero miro la puerta cerrada, el filo debajo de la puerta no muestra a nadie al otro lado. El tono café de las cortinas y el tapiz hacen de una habitación rojo indio un lugar ya postrado en el recuerdo, el sonido nuevamente rompe el silencio y me levanto del sillón, donde espero al terapeuta. ¿Será que alguien está jugando conmigo? La primer parte de la terapia es siempre entrar 15 minutos antes para entrar en nivel de relajación y que me permita expresar correctamente las ideas. Está aquí, algo está aquí. Nunca antes había tenido que levantarme antes de iniciar la sesión pero el ruido me inquieta y mi naturaleza intolerante debe encontrar la fuente del malestar. No hay mucho en donde buscar, la habitación no tiene recovecos, hay un gran librero detrás del sillón, una lámpara de piso y el escritorio enorme y labrado con un horrendo cuadro de Freud detrás. El ruido vuelve y me acerco a la cortina, color rojizo, la muevo en un acto de valentía y retrocedo como esperando descubrir algo, en el movimiento encuentro que hay un pájaro negro por fuera que espera justo en la ventana, así que decido abrirla. -Quiere entrar- me digo a mi misma, y abro, una ventana un poco oxidada que abre hacia arriba, cuando la levanto entra el terapeuta y el pájaro sale despavorido, una enorme urraca negra,la miro irse por el horizonte. - Bien, dice el terapeuta, creí que me estaba volviendo loco.
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De seguro el terapeuta estaba a punto de pedir ayuda a un colega por una cosa tan sencilla que era abrir su ventana oxidada y apreciar lo bello que nos brinda la naturaleza cada día. Me queda de reflexión que cosas verdaderamente sencillas, muchas veces hacen que nos queramos volver locos!!!!
ResponderEliminarsí, todo es posible
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